Una historia compartida
con la ciudad

Una antigua leyenda explica que la fundación de la ciudad se debe a Hércules, quien reencontró en un resguardado lugar de la costa, la novena de sus embarcaciones que se había separado de su bandada en una tormenta. Por eso dio el nombre de Barkinona al paraje donde fundó la ciudad. De esta forma, se atribuye el nacimiento de la ciudad a un hecho y una característica marítima. El vínculo entre la ciudad, el mar y el puerto no puede ser más estrecho.

De hecho, la ciudad nació en una pequeña colina de una gran llanura que presentaba una suave pendiente hasta el mar, lo que le permitía un desarrollo progresivo, sin obstáculos ni límites físicos. Dos ríos, el Besòs y el Llobregat, le ofrecían suficiente agua; el mar Mediterráneo, sus recursos y una vía de comunicación”. (Joan Alemany: «El Puerto de Barcelona» 1998).

Desde sus inicios, los habitantes de esta llanura dispusieron del litoral para pescar y establecer líneas de comercio marítimo con otros puertos. Y si bien es cierto que Barcelona no ha dispuesto de resguardos naturales que le permitieran amarrar los barcos para poder efectuar las operaciones de carga y descarga de mercancías con seguridad y eficacia, también lo es que nunca dejó de buscar un espacio abrigado suficiente para facilitar esta operativa. Un proceso largo y pesado, que los habitantes de Barcelona no lograron parcialmente hasta la era industrial y ya, definitivamente, pudieron disponer de su puerto a partir de las últimas décadas del siglo XIX.

Barcelona es una ciudad reconocida internacionalmente y es un modelo de transformación urbana que han emulado otras muchas ciudades. Su puerto, íntima y estrechamente ligado a la ciudad, le ha acompañado en esta transformación y, como ella, ha evolucionado y reconvertido ante cada reto que se le ha presentado, adaptándose a las nuevas realidades sociales, económicas y culturales que han experimentado los habitantes de la ciudad.